jueves, 20 de diciembre de 2007

Cada pie le colgaba a un lado de la hamaca, la espalda le sudaba a cántaros a pesar de la brisa fresca que le golpeaba la cara, de pronto, un mango podrido le cayó en la pierna y lo despertó. La dirección de los rayos del sol y la sombra del caballo le indicaron que era hora de partir, desenganchó la hamaca, sacó el machete de la tierra, se puso las botas, y se subió a Pibijai.



Hubiese querido decirle que me encantaba, pero yo sabía que lo único que intentaba era tapar el hueco. A veces uno quisiera que la de enfrente fuese un agujero negro por donde uno pudiera hundirse más allá de hundírsela, perderse, más allá de su sexo, de la realidad. Pero esa vez todo estaba tan claro como la Sierra Nevada a las 5am, desde mi ventana. Ella no era más que un tapón, un corcho, una excusa para no pensar en la mujer que me había destrozado el alma. Para matar a la mujer con la que aprendí que el amor no muere, que se transforma, que cuando se va no deja mas que vacíos, huecos, nada y que por eso mismo sabemos que no solo existe, sino que es el más horrendo de los experimentos concretos. La idea, no era otra que rellenar con cualquier vaina, el vacío dejado por la mujer con que aprendí que el sexo sin amor hueco y el amor sin sexo, una mentira; con la que aprendí que la línea divisoria entre el amor y el odio es invisible, si es que existe. Con la mujer de la que hablo, aprendí de orgasmos y de sueños, aprendí de canciones y de celos, aprendí de pajaritos preñados y de gargantas atoradas. Estaba pensando en la mujer de las montañas, las ruletas y las pajas rusas, pero tenía enfrente a otra, una chica que hablaba de fotografías, documentales y películas francesas. Cómo lograr seguirle la conversación si a mi las fotografías aún me parecen instrumentos que solo sirven para recordarnos lo rápido que envejecemos, los únicos documentales que he intentado ver son los de History Channel porque son ideales para el insomnio, y la única película francesa que me gustó fue Le fabuleux destin d'Amélie Poulain, porque aunque no entendí un culo, me hizo reír. En fin, era mejor no hablar y propiciar la acción, pero a ella se le ocurrió que nos comiéramos un helado.



- ¿Sabías que hasta la luna se ve diferente desde este lado del charco?-
- Lo supongo. Aquí a las 4am se ve hermosa. ¿Y allá?
- Todo el tiempo. Estoy cansado Julia, cansado de esta mierda, no fue para esto para lo que vine.
- ¿Te parece poco ver la luna conmigo desde este ático?
- Sí, poquísimo. Y trabajar 58 horas semanales también.
- ¿También te parece poquísimo?

Julia era una buena mujer pero su realidad era otra: no tenía ni puta idea de lo que era trabajar para comer y las historias sobre Latinoamérica le parecían divertidas y exóticas. Soñaba con ir al Amazonas, pero murió esa misma noche.

- Tú lo que necesitas es una raya.
- Ya te dije que no.
- Te juro que así verías la luna hermosa todo el tiempo.
- Tal vez, pero esa no sería la luna.



No había una sola persona camino a la casa principal de la finca, amarró a Pibijai al árbol de siempre y llenó la moto de gasolina. Quince minutos despues, ya en el pueblo, no entendía porque no había un alma en las calles.
Ni la loca del pueblo, ni el policía de la entrada, ni el man de los quesos, hasta la farmacia del cachaco estaba cerrada sin haberse ocultado el sol. Pensó en ir a reunirse con Pedro Pablo y los demás pelaos pero la situación era tan extraña, que prefirió llegar primero a casa. La vieja Cecilia le abrió la puerta con la cara descompuesta.

-Me haces el favor y te metes en el cuarto, no sales hasta que se te indique. – le dijo su madre, categóricamente.
-¿Será que me puede explicar lo que está pasando?–
- No.
- ¿Cómo que no? El pueblo está solo, ¿qué está pasando? Explíqueme mamá.
- Ya todos sabemos que pasó, pero nadie sabe que va a pasar…
- Y qué fue lo que pasó?
- Se nos vino la guerra.



El helado llevaba fresas, kiwi y melocotón. El tipo con gorra y camiseta roja nos trajo la cuenta, nos explicó que debía cerrar la heladería y nosotros decidimos comer en el carro.

- ¿Cuándo te gradúas?
- En un mes.
- Y ¿qué piensas hacer?
- Largarme.

Ella embutió la mirada en el helado y yo volví a pensar en la mujer que necesité perder para entender que nadie pierde a nadie porque nadie le pertenece a nadie.

- Yo quiero trabajar como arquitecto y a Ciudad de Fiesta la construyen los narcos y los políticos.
- ¿Acaso no son los mismos? ¿Y si te dedicas a construir palcos pal Carnaval? Esa vaina sube de precio todos los años.
- Ya te digo que no quiero trabajar para ese único combo.
- Vas a comer mierda. – me dijo mientras removía las fresas.
- Pero no colombiana. - Respondí.
- En todas partes la mierda sabe a mierda. – Agregó, pero yo no le creí.

La verdad es que a mi me importaba un carajo trabajar para cualquiera, me importaba un culo morirme de hambre, lo único que quería era tener enfrente a la mujer que me quitaba el sueño y no a esta intelectual desabrida. Un tipo se acercó, me preguntó la hora y yo no pude reaccionar, en menos de tres segundos, él y otro habían abierto las puertas del carro, el mas alto le apretaró las manos contra las piernas a mi amiga y el otro, me puso un revolver en el pecho que aún recuerdo con precisión. Me haló por el pelo y me bajó del carro sin quitarme el arma del corazón, me quitó la billetera y el celular, me puso de espaldas, me obligó a arrodillarme y entonces me apuntó a la cabeza. No dije una palabra, quedé inmóvil, pensando en la mujer con la que había aprendido a ver la luna.



El sol estaba justo arriba, nosotros justo abajo, 90 grados exactos. Su piel se tostaba como una sábana de la mejor carne sobre el pavimento, yo la contemplaba muy cerca desde el interior de la piscina. Los grados rondaban los 40, su olor casi no se sentía pero me embriagaba el alma.
Su silueta, su curva -insuficiente para algunos- era perfecta para mí. Podía durar horas o minutos mirándola.
Algún tiempo mas tarde, cuando el agua calentó lo suficiente, ella entró a la piscina y un manto de nubes cubrió al incansable sol.

La gente de la fiesta se despedía y nosotros respondimos tirando besos con la mano. -“que lindos se ven”- dijeron, -“que tiernos…”- lo cierto es que por debajo del agua mi mano recorría las nalgas perfectas de aquella mujer con cuerpo de niña, mientras su mano en el interior de mi pantaloneta, hacía de las suyas con mi cuerpo, con mi vida.
Rozar su sexo, su intimidad, entrar en su cuerpo despacio, con cuidado, con la ternura inconfundible del amor verdadero, era como creer que cualquier cosa era posible.
La gente se fue del todo, ella dio media vuelta y me abrazó de frente, quise tragarme su aliento y en su aliento su alma, sus sueños, por supuesto, no lo logré.
Horas más tarde estuvimos en mi apartamento, de nuevo el agua nos llamaba. El plan perfecto, el aire acondicionado, el privilegio, la cama doble. Una ducha, el agua helada, mucho jabón, una mentira en su casa y mas besos, mas excitación, mas amor del real, del que se siente, del que cae como el agua, del que te limpia, del que te recorre entero y se mete por los poros.
Más besos, la lengua que lo domina todo, mas cuidado y mas placer.
Mas de lo irresistible, lo irrepetible, lo impensable, lo encantador.
Una toalla que no alcanza, un frío artificial que cubre la habitación, dos cuerpos desnudos perdidos entre la danza de las cobijas y el amor.
Las preguntas sobran, el planeta hace pausa, las miradas se encuentran y encuentran la verdad, la pasión, la alegría, algo de temor, mucho de vida y la certeza de que ningún plan, será mejor.
No hay nada que decir, abrazar y cerrar los ojos convencidos que el momento no acabará jamás. Pero yo los abrí y ella llorando me dijo: -“esto se acabó”-



Eran las 12:10 de la noche cuando escuchó el vidrio de la ventana partirse en mil pedazos, ya su padre había abierto la puerta del patio, había prendido el carro y había metido en él, un par de gallinas, dos cajas de verduras y a sus hermanos junto con su madre.

-Olivídese muchachito, en ese aparato no llegará a ningún lado- Le dijo su papá bajándolo de la moto.
-Pero ¿pa dónde nos vamos?

Por la ventana rota entró prendida en fuego la bola de trapos con la que se jugaron tantos partidos en las calles polvorientas de aquel pueblo, al instate se prendieron los muebles de la sala y dos minutos mas tarde media casa estaba ardiendo.

-“Si nos quedamos aqui, nos vamos a la mierda”- le dijo el papá a Anibal mientras este soltaba la moto y se subía al carro, recordando los paseos que con su querida Maríamulata venía haciendo desde los 16 años por las fincas de la region, matando con sus llantas, por simple diversión, marranos que luego su padre pagaría sin problemas con dineros públicos.



Pensar en ella, la mujer de la piscina y de tantos momentos, con un revolver en la cabeza era un poco incómodo. La película de mi vida empezó a rodar a toda velocidad y cuando pensé que todo acabaría escuché las llantas del carro patinar sobre el asfalto. Por fin giré la cara y la chica me abrazó fría y temblando. Caminamos hasta la calle 82 descalzos, los tipos se habían llevado nuestras chancletas, paramos un taxi y fuimos a mi casa. Ella siguió rumbo a la suya y yo subí agitado a decirle a mi madre que me habían atracado y que se habían llevado su carro.
-“Esos deben ser los supuestos desmovilizados, deben ser ex-paracos, en este país jamás habrá un día de paz”- sentenció ella con su sabiduría infinta y no dijo mas nada.



Eran las 11am cuando salí de la embajada. Me dijeron que regresara a las 3 de la tarde y no sabía que hacer. Caminé de frente hacia los cerros hasta llegar a la 7ma y tomé un buseta destartalada rumbo al centro. Me encantaba la decadencia del centro de esa ciudad, el peligro que se respira, el olor a eucalipto y a mofle oxidado, la contaminación, el gris, el verde, la mendicidad, el hambre, el sueño, la elegancia, el caos. Detallaba las caras de la gente, embueltas en sus trapos para protegerse del frío y de los otros, me gustaba ver a cada uno en su mundo, la gran ciudad permite el no-reconocimiento y yo no quería que nadie me reconociera. En ese momento sentí que el hombre de la esquina me miraba de frente, como si fuese a preguntarme algo. Se acercó, me miró a los ojos y extendió su mano, era una tarjeta, siguió de largo y se perdió entre la multitud. Solo al pasar la calle pude leer lo que decía: -“chicas complacientes, total discreción”-
Pensé que una puta en España costaría un dineral y no se movería como una colombiana, pensé además, que todas las cosas que pudieran ayudar a pensar menos en la mujer de la curva suficiente, la cintura perfecta y los pequeños pezones dorados, me serviría de algo.
Entré por la puerta descrita en la tarjeta, un tipo callado me indicó el camino y me senté en una pequeña sala. Frente a mí, había un pasillo que llevaba a un especie de bar acondicionado con dos mesas, varias parejas, y luces de quinceañero estrato dos.
Llegó una morena de pelo ondulado, al menos un metro setenta de alto, una minifalda muy muy corta y unas piernas muy muy largas, me dio la mano, dijo un nombre que no entendí y se devolvió. Luego salió otra, una cara de porcelana, unos labios gruesos y unas piernas gordas, luego otra. Todas tenían caras de putas y cuerpos de diosas.
Un man me preguntó a cual quería. No sabía que responder. -“La mona”- dije, y aún no se por qué.
Segundos después se sentó a mi lado, dio unas tarifas como quien lee la carta de un restaurante, yo pedí el mejor plato y me la chupó, luego se puso en cuatro como lo que era. Su sexo era espléndido, me sentí protagonista de una película porno, me sentí dueño del mundo. Metí el dedo y luego se la metí hasta el fondo, la escupí y ella me pidió más, más duro, más y más, sin embargo creo que no duré 5 minutos, me vine, -“esto se acabó”- malditas tres palabras, de nuevo en mi cabeza.

- Julia.
- Dime.
- ¿Te conté por qué me vine a España?
- Sí, para lo mismo que yo, a hacer este cochino Master.
- Te mentí.
- Yo también.
- Me vine por despecho.
- Yo también.



Mi madre es una santa pero no una hueva. Trabajó 9 años para una compañía de seguros que un día cualquiera la reemplazó por una mujer de culo más joven. Las compañías de seguros no son ni santas ni huevas. Mi mamá logró que otra compañía de seguros le pagara el carro completo, 15 millones de pesos, cinco mil euros, justo lo que costaba el primer master que encontré en Google.

- Ma.
- Dime
- Llamó la policía.
- ¡¿Por qué?! ¡¿Qué pasó?!
- Encontraron el carro.
- ¿Qué? ¿Dónde?
- No sé.
- ¿Como así? ¿Tú que les dijiste?
- Que se lo metieran por el culo.



Cuando pasaron por el frente de la casa, despues de dejarle a la tía Elsa las cosas de valor y despedirse, Anibal vio lo que tanto temía. Pedro Pablo Rodriguez Martelo, su compañero de clase, su vecino, su amigo de toda la vida, con quien había aprendido a beber ron con guarapo, sí, Pedro Pablo, el inventor del queso frito con puré de ñame, el dueño de Samira, la burra consentida por todos y que a él le prestaba sin problemas, era quien lidereba al resto de sus amigos para incendiar su casa.

- ¡Mataron al hombre pero no a las ideas! ¡Viva Galán! ¡Que viva el caudillo! ¡Que viva el Partido Liberal! ¡Que viva el pueblo colombiano! – Gritaban todos con fervor mientras su casa se consumía en llamas.



- Octubre de 2006, Odio mandarte este mail, pero yo soy así. Me voy este martes para Europa y espero no volver. Yo le digo a todos que voy a hacer un Master en Dirección y Gestión Inmobiliaria. Mi mamá espera que me vuelva rico, que gane en euros, que le pague el carro y la mantenga. Tú y yo sabemos por que me voy. Así es, no soporto a Ciudad de Fiesta contigo y ese malparido deambulando por ahí. Que te vaya bien.
- ¿Y qué te respondió?
- Un culo.
- Claro…
- Julia…
- ¿Qué?
- Déjame metértela.
- ¿Qué?
- Un simple polvo.
- Mmm… está bien, pero si tú te metes un pase.
- Ya te dije que no.



Unos ojos inmensos y perdidos en la ventana, labios tan gruesos que sobrepasaban lo que la publicidad anuncia como bello. Trenzas negras y amarillas de pelo apretado y el color del café en toda su piel.
La bestia, la anaconda que recorre la ciudad por el subsuelo estaba a reventar y ambos, ella y yo, estábamos justo de frente, entre tanta gente de tantas partes, entre tanto mundo y tanto silencio. Justo ahí para mirarnos y no reconocernos.
A mi lado se sentó una señora de la cuarta edad, luego de que un tipo flaco y alto desocupara el puesto, mientras yo seguía hipnotizado con la cara redonda, el pelo atrapado y la sonrisa oculta de la negra inmensa.
Fue entonces cuando no aguante más y abuse de ella. Sin preguntarle nada, sin vergüenza y sin su consentimiento me metí en su cabeza para explorar sus imágenes… ahí me encontré con lo que entre a buscar. Una llanura inmensa, un desierto interminable, muchos negros como ella, mucha música sin alegría, mucho sol, muchos leones, jirafas, elefantes y mucha hambre. Me daba miedo continuar pero ya no podía salir de su África salvaje, explotada, mutilada, pisoteada por salvajes franceses, ingleses y otros blancos parecidos. Deseando que no se percatara, ahí estaba, sentado en su tierra, explorando su raza y su cultura como ignorante turista de safari.



Escuchaba Compae Chipuco a 120 kilómetros por hora cuando por primera vez ví la bandera de Portugal. Ya estaba del otro lado y me detuve a comer algo. El pueblo se llamaba Chávez, la chica me hablaba en portugués y yo en español. Igual nos entendiamos. Me sienté en una mesa de afuera, ví el cielo, los árboles, las calles y todo me pareció del mismo color de mierda que en España. Le pregunté a la chica por la salida a Porto, revisé el mapa y la hora, desconocía el nombre del pan pero estaba delicioso, me tomé la Coca Cola e intenté evitar la ansiedad.

El sol se iba. Piensé en la frase que leí una vez en un blog y observé el horizonte que conmigo se desplazaba, pero pensé en las madres de los muertos, piensé en mi madre y me cagué del susto. Tomé las llaves y vuelví al carro; según el mapa debía estar a una hora y media.



Anibal nunca entendió como su amigo pudo poner sus ideales políticos por encima de la amistad, cómo pudo incendiar su casa y poner en peligro a toda su familia. Tal vez por eso, muchos años despues, en el comedero El Buen Erupto, frente a su taller de metalmecánica en el centro de Ciudad de Fiesta, no le temblaron las piernas para decirle:

- No Pedro Pablo, a los amigos no se les traiciona así, la familia es sagrada.
- Pero compadre…
- Yo no soy compadre suyo, señor.
- Anibal, han pasado 15 años, eramos unos muchachitos, no entendíamos bien el país, yo no quise hacerte daño. Avisé con tiempo a tu viejo que tenían que salir. Era conservador y alcalde, ¿por dónde mas ibamos a empezar entonces?
Había que dar el ejemplo. Me arepiento, el alcalde que nos impusieron resultó mucho peor, pero hoy tengo nuevas ideas, el concepto es diferente, es el momento de la unión, de una revolución profunda solo en contra de la oligarquía.
- Tú ¿de qué carajo estás hablando?
- De igualdad compadre, de justicia, de libertad, de empleo, de tierras, de dignidad, es decir, de la misma vaina que hablábamos en el pueblo, en el patio de mi casa, despues de metérsela a Samira. Ani, los cachacos como siempre llevan la delantera pero estamos a tiempo, esto apenas empieza, tenemos que organizar, el ejercito de revolución costeño. Inclisive hemos hablado de independizarnos y crear La Nueva República del Caribe Colombiano. Por eso necesitamos tu apoyo y el de todos tus conocidos.
- Además de decirte que estás loco y recordarte que ahorita tendrás 40 años, quiero que sepas que la traición a un amigo es algo que la vida, tarde que temprano, siempre cobra.

Se terminó el vaso de guarapo de un solo tirón, y dejó los dos pesos de la cuenta sobre la mesa de tablas mal pegadas. Al salir del restaurante, el sol lo dejó casi ciego y mientras sentía que se le quemaba el cráneo, recordó como llegó con su familia a Ciudad de Fiesta. Recordó la cara de su madre y sus hemanas pequeñas, pensó en silencio: “Tal vez sean mis hijos los que de un modo u otro acaben con los suyos… así ha sido y así será… en este país nacimos para matarnos.”

En ese entonces, Anibal ya era conocido como el viejo Arias y mi papá, con 12 años, ya trabajaba con él, limpiando tuercas y tornillos.



Si hace mas de quinientos años forasteros muy distintos a ellos hubiesen venido a comerse sus mujeres, a llevarse sus riquezas y a imponer mierdas tan complejas como la religión, tal vez los entendería mejor.
Si tuvieran 3 o 4 millones de desplazados, más de la mitad del país sumado en la pobreza, una deuda externa impagable y toda una vida construida sobre la mentira, la codicia y la violencia, tal vez los comprendería mejor.
Entendía que por ahí hubiesen pasado bárbaros hace siglos, entendía que este siglo aún les pesara con el recuerdo de un dictador y comprendía perfectamente; lo que les dolía el totazo en su Atocha. No obstante, nada les daba derecho a tener cara de culo y a responder como un culo… tantas veces a la semana.
Tal vez fue por esta razón que ese viernes quise ir al reencuentro con lo mío, con esa gente que siempre esta dispuesta a sonreír. Yo nunca dije que odiara la fiesta, lo que no soportaba era una ciudad que solo tenía fiestas, atardeceres perfectos, risas, chismes y todas sus calles hediondas a una sola mujer.

Nadie entendía que hacía yo bailando con tres mujeres que me duplicaban la edad, nadie entendía que yo bailaba conmigo, que bailaba para no perderme entre las caras largas y agotadas, para encontrarme con alguien como ella; seguramente por eso apareció.
Pocos entendían también, lo que los dos entendimos muy rápido: una misma manera de movernos, una sola forma de mirarnos, de preguntarnos, respondernos y desnudarnos sin necesidad de la palabra. El Negro Arroyo sonó las canciones de hace 10 años, las de siempre, con las que ella y yo aprendimos a bailar sin saber que existíamos, solo para esa noche poder reconocernos. Nuestros movimientos eran tan absurdos como Ciudad de Fiesta. Compartíamos nuestro origen, y ahora, en este lado del mundo, sentíamos la misma pena por haber nacido en un pueblo con tanto estadio y tan poca hinchada, con tanto río y tanta hambre, con aquel pasado y tan poco futuro.
Sabíamos que bailar era abrazarnos y abrazarnos era perdernos, pelar el cobre, atraparnos en esa idea embustera de felicidad. Era propiciar una mezcla de sudor y de vidas, de caminos transitados en búsquedas similares, de partidas con la idea de volver, de decepciones y añoranzas.
Hay noches que no deberían acabar y me consta que hicimos nuestro mejor esfuerzo, pero finalmente, a las 8 de la mañana, como quien no quiere la cosa… el sol apareció. El Negro Arroyo cantaba Tú volverás y yo me despedí, - “Espero que el Joe no muera nunca” – me dijo. Yo le dí un beso en la frente y me fui con la certeza, de que no morirá jamás.



Es cierto, la luna a las 4 de la mañana es hermosa, sobre todo en otoño. Es lo único bonito del otoño y Julia era un polvo delicioso, sobretodo, cuando estaba trabada.



Salí de la embajada con una sonrisa nerviosa y le marqué a mi vieja por celular, ella gritó de la emoción y a los pocos minutos me llamó mi padre. Media hora después me encontré con Iván y me tomé una cerveza en Palos de Moguer, había que celebrar. Cuando pedí la tercera cerveza entendí que ya me había gastado más en cervezas que en la puta y me sentí orgulloso.

Al volver a Ciudad de Fiesta salí a comer con mi mamá. Me recordó que todo era un gran sacrificio, que su carro era su instrumento de trabajo y más ahora que era independiente, pero que me amaba y que sabía que yo era un tipo talentoso, que triunfaría. ¿Cómo iba a saber mi madre si yo era un tipo talentoso o no, si ella de arquitectura no sabía una mierda? ¿Cómo no iba a creer en mí, si yo soy su hijo, su único hijo, la única razón pa seguir con vida?

Le prometí pagarle el carro, invitarla a Europa y ahorrar el dinero para diseñar y construir mi primera casa en Ciudad de Fiesta, su casa propia. -“Será la casa más bonita y elegante, será más grande que la de Edgar Rentaría, y con más estilo”- le prometí. Luego mi papá pasó por mi.

- Quiero que visitemos a tu abuelo- me dijo.
- ¿A tu viejo? Tengo como dos años que no lo veo ¿Va a estirar la pata en estos días, o qué?- le pregunte sonriendo.
- Sí - contestó muy serio

Si mi papá nunca pudo decirle papá yo mucho menos abuelo: el viejo Anibal Arias, siempre fue un personaje indecifrable en mi vida. Como un espejismo, como un punto de refernecia sin aclarar, como un enigma pero al mismo tiempo como una certeza. Sin poder decir una sola palabra, carcomido y agotado por el cáncer, me dio desde su cama la bendición como una despedida. Al día siguiente yo me fui para el aeropuerto y él empezó su viaje sin retorno.



La anaconda paró en la estación Jaume I, la imponente negra se levantó hablando por celular y demostrando con esto, que no era africana. Una flaca con ojeras profundas se sentó frente a mí, y yo bajé la cabeza para volver a mi lectura.

-“Ni Perla sabia como encarrilar su vida ahora que tenía un hijo, ni yo sabía a donde me llevaba la serbia que conocí en media calle; Anabel no tenía ni idea de qué le hablaba Perla; Perla no sabía que hacer con su miedo; Libia no sabía que hacer con los remedios vencidos y se tomaba todo lo que encontraba; Tiburón no sabía quien era su dueño; el conde muerto ignoraba que lo habían desenterrado; Clementi no sabía donde estaba su hermano, si en la panza del guepardo o todavía huyendo despavorido…”-
Seguramente, Jorge Franco tampoco sabía que yo leía su tercer libro en esa ciudad española, esa ciudad no sabía que existía Ciudad de Fiesta, Ciudad de Fiesta no sabía para donde se le había ido el progreso, la flaca ojerosa no sabía que día era, la chinita de mas allá no sabía donde tomar la línea dos y tampoco sabía preguntarlo en Español, el cubano de mi lado no sabía si era su sueño estar ahí, la del bolso negro no sabía cuanto la deseaba el de las gafas oscuras, el de las gafas oscuras no sabía porque a veces, pensaba en su exmujer y tampoco sospechaba, que el marica del ipod, se lo quería comer. Mi madre, no sabía cual era la empresa constructora que me había contratado y yo, yo no sabía que coño estaba haciendo con mi vida, solamente sabía que me encantaba sumar euros.

-“Todas las mañanas uno se levanta sin saber nada, uno simplemente confía en que no haya cambiado lo esencial y que lo que duele y estorba haya desaparecido”-. Eso decía el libro de Jorge, pero a mi no me convenció. Doblé la hoja para no perderla y bajé en la estación Passeig de Gracia para hacer el trasbordo, caminé despacio, sin prisa, pensando en todo lo que puede descubrir uno en un metro de una ciudad de verdad verdad.



Puse stop y cambié a FM, quería escuchar una emisora portuguesa pero no entraba nada. Volví al MP3, puse Santana y aceleré hasta 150. Un inmenso letrero verde me indicó que Porto estaba cerca. Los últimos rayos del sol entraban desde mi costado, apague el aire acondicionado y bajé un poco la ventana, el ruido del viento se tragaba a pedazos las notas de la guitarra de Carlos. Me gustó el efecto.



- ¿Tú crees que uno puede ser feliz en este lado del mundo? – le pregnté a Julia sin quitar la mirada de la luna.
- Creo que aquí puedes tener cierta tranquilidad, creo que puedes viajar barato y follar de vez en cuando.
- ¿No crees que uno pueda ser feliz, cierto?
- Bueno, creo que con mucha suerte tendrás uno que otro amigo y un porro.
- ¿Tú sabías que en Colombia bailamos porro?
- Claro, y coca tambien…



Ese día tocaba trabajar trece horas como cualquier sábado. ¡Tienen huevo! ¡Como si fuera un sábado normal! El aguacero afuera era insoportable y yo solo pensaba en las caras sudadas, enmaicenadas y borrachas que a miles de kilómetros de distancia miraban la vida pasar, desde un palco de 120 mil pesos, sobre la Vía 40. El mismo que aquella chica me recomendó que construyera, lástima que después del atraco, no la volviera a ver.
Todos en el trabajo me hablaban como si nada pasara, como si realmente fuera un sábado común y corriente… mientras yo me desgarraba de angustia y desolación, pensando no solo en los que estaban en Ciudad de Fiesta, sino en los locos que aquí, después de varios meses de intenso trabajo, habían logrado montar una coreografía típica carnavalera, es decir, una comparsa que se desbarataría pocos segundos después de empezar el recorrido, pero que llegaría borracha y feliz a su destino. Creo que nunca había visto llover de esa manera en este lado del mundo.
Cuando escampó, aun no eran las 11pm y ya yo había bajado la persiana, puesto la alarma y corría hacia el metro como si me hubiese robado algo, como si empezara en pocos minutos un partido de la selección del Pibe en el Mundial. Llegué tan tarde como siempre y el bar estaba tan lleno como nunca. El tipo de la seguridad pedía silencio y calma sin saber que hacer, mientras yo no sabia si llorar o pegarle, así que preferí reírme, pensando en el éxtasis descomunal que habría en esos momentos en Ciudad de Fiesta.
Lo que sucedió allí adentro no lo puedo explicar, no tiene explicación. Era ella, sí, la de los labios divinos. Movía sus caderas arropadas por una pollera imaginaria y sus risos caían como resortes desde el interior del sombrero vueltiao. Era ella y no había un tipo a su lado, era ella, habían pasado cuatro meses y con solo mirarme, me volvió a enamorar.



Mi madre estaba nerviosa pero yo estaba feliz, no veía la hora de pisar el viejo continente.

- ¿Revisaste el paquete?
- Bueno, por encima, no lo abrí, hijo… esa señora es amiga de tu abuela.
- ¿Y por qué una amiga de mi abuela no puede ser narcotraficante? O abres el paquete o no lo llevo.

Así lo hicimos. Aparentemente no había nada, la policía tampoco encontró nada, pero igual ellos nunca encuentran nada; -“acuerdate que encontraron el carro”- dijo mi vieja. Los perros pasaron y siguieron de largo, ni puta idea. Ya en el avión la azafata me dijo algo con acento español y me excité.



Recordé cuando había estado con Julia ahí, la recordé con cariño y melancolía, era verano, yo andaba pobre y toda La Riviera estaba repleta de turistas. Aquel sol de medio día era insoportable y alumbraba de tal manera cada casa que parecía robarles el poco color que les quedaba. Esta vez, el cielo estaba nublado y la luna estaba camuflada, alumbrando el río como sin ganas.
La mesera me trajo una copa con el delicioso vino de Porto y me imaginé en aquel puente cerca a Pereira sobre el río La Vieja, recordé toda su bellaza... y sentí los muertos bajar.



Su espalda inagotable tenía el tamaño perfecto de lo que se puede abrazar, antes de hacerlo, me rodé un poco a la izquierda y descubrí su perfil. El brillo de su piercing en la nariz me indico que era ella y quede inmóvil, súbitamente paralizado. En ese momento un mundo de gente pasó por mis lados, todos entraron al metro y una vez adentro, la perdí.
Yo no me subí, no tenía por que hacerlo, algo en mi distorsionado cerebro reconocía que estaba idiotizado.
No habían pasado muchos segundos cuando de frente me miraba alguien que podría ser ella, aunque hubiese alisado sus rizos, aunque no tuviera los labios divinos. Me miro de frente, sin pensar en ello, como si me conociera de toda la vida, tan segura de si misma que no supe que hacer con mi cara de estúpido y me la guardé para seguir caminando. Llegue al túnel de la línea azul, me senté en una banca como nunca y como nunca... por tercera vez en un mismo trayecto, me encontré con ella.
Sus tetas puntiagudas sobresalían en la camisa verde ajustada. Tenía los hombros descubiertos, tersos y decorados con pecas suaves, de un momento a otro giró, me miró y sonrió, sus dientes eran horripilantes, fue como un puñetazo de frente en la nariz. Me dieron ganas de vomitar o al menos de estornudar. Afortunadamente llegó el tren y se subió.

Era miércoles de ceniza en Colombia, el reloj del metro marcaba las 17:00 horas y yo ya llevaba muchas horas pensando en ella, en su pelo ensortijado, en sus manos, en sus caderas cumbiamberas. Era extraño pensar que el mejor sábado de Carnaval lo había pasado a miles de kilómetros de Ciudad de Fiesta, pero es que ella era hermosa, definitivamente hermosa.

Volví a recordar la noche, escena tras escena, toma tras toma, acción tras acción. La última canción que bailamos en el bar, el momento del beso, su invitación a su casa, la puerta de entrada y el corredor lleno de fotos de ella con el novio. La foto en París, la foto en Roma, la foto en Ámsterdam, la foto en Estambul, la foto en Londres, las fotos en México y en la China.

- ¿Qué ciudad te falta? –
- Lisboa. Es extraño, siempre que quiero ir pasa algo, una vez me quedé con los tiquetes comprados.
- ¿Hace cuanto vives con él?
- Año y medio
- ¿Lo amas?
- No.
- ¿Por qué estas tan segura?
- Porque no estaría aquí contigo.
- ¿Y por qué estás con él?

Un pesado silencio se apoderó de ambos, sentí que la había cagado y seguí caminando por el apartamento. Casi todo era blanco, resplandecientemente blanco. En la sala había una especie de chimenea, pero no necesitaba leña, funcionaba con gas, estaba cubierta por un cristal grueso. Fue lo primero que encendió, el frío de Febrero en la madrugada no es divertido. En la pared del fondo una gran pantalla plana estaba empotrada, prendió el aparato con un control remoto y me preguntó que quería escuchar. –“Lo que tú quieras”- le dije. Puso el último CD de Miguel Bosé e hicimos el amor en una gran hamaca blanca, luego en el sofá, luego en la cama. Besé su frente, sus párpados, su espalda, su abdomen, entre sus piernas, junto a su alma.

Volvió a salir el sol y quise volver a preguntarle que hacía una mujer como ella compartiendo la vida con alguien que no amaba, pero todo a mi alrededor, me daba la respuesta.

-“Vete por fa, este man llega en cualquier momento”-

El que llegó fue el metro, me quedé unos segundos viendo la pulserita guajira amarrada a mi mano, y me subí con dolor de cabeza.



- Creo que si no estuvieras tan colocada podrías decirme lo que piensas
- Cuando estoy colocada pienso mejor y ahora no lo estoy tanto.
- ¿Y qué piensas?
- Qué es una cosa muy personal…
- Pero es un negocio, tú me puedes opinar sobre un negocio…
- Pues tú sabes que es un riesgo, sabes que ganaras mucho dinero y por tanto irás a la cárcel, al manicomio o al infierno. Pero son cosas que a todos nos pueden pasar, por eso te digo, que es algo muy personal.
- Joder Julia, cuando estas trabada no te entiendo un culo.
- ¿Para qué me preguntas entonces?



La tercera copa de vino por fin me relajó y dejé de pensar en los muertos. Unos brasileros empezaron a tocar batucada y unos chicos a hacer piruetas con unas extrañas y largas tiras de papel de colores. De repente los ánimos se calmaron y uno de los brasileños empezó a cantar Bossa Nova.

Un nuevo mesero se acercó a traerme una copa mas, me vio llorando y me preguntó en un español de extraño acento:

- ¿Venezuela o México? –
- Colombia.
- Oh! Valledupar!!

Siempre me pasaba lo mismo con Venezuela y México, pero cuando les decía que era colombiano siempre gritaban: - Oh cocaína!!



Pedro Pablo Rodriguez Ardila llegó a Madrid el 20 de Diciembre de 2003 con visa de turista. Había pasado los últimos cinco años de su vida intentando montar negocios honestos que fracasaban pronto. Del 84 al 90 comió mierda pura, salió de la cárcel el día que Freddy Rincón le metió un gol por entre las piernas a Bodo Illgner.

En España fue albañil, asistente de cocina, chofer, recogedor de basura y arbitro, hasta que montó su propia organización criminal. Un domingo, mientras se rascaba las huevas en un parque, tuvo un ataque de malparidés cósmica y le dieron ganas de suicidarse. De pronto, un fuerte viento llevó hasta sus pies un periódico latino con una oferta de trabajo como réferi de fútbol. Dos meses después, junto a dos jueces del balón, vació el apartamento de una anciana. Se sintió un poco cansado para empezar de nuevo pero recordó nuevamente aquella frase que su padre le dijo a los 25 años en la carretera a la Guajira antes de que fuese asesinado por miembros del cartel de la marimba.
-“Hijo, en este país y en este mundo, el vivo vive del bobo y el bobo de papi y mami”-



Mi madre normalmente no se ha despertado un domingo antes de las 12 del medio día, cuando el sol insoportable de Ciudad de Fiesta atraviesa paredes, ventanas y cortinas para pegarle en la cara. No obstante, era el día de la madre y estaría como de costumbre en esa fecha, almorzando en la casa de mi abuela, la mujer más inteligente y divertida que he conocido jamás.

- ¡Hijo, qué alegría oírte! ¿Cómo estas? ¿Cómo te ha ido? ¿Sigues con tos?
- No Ma, ya estoy bien, todo bien. Feliz día de la madre.
- Gracias.
- Bueno mi regalo son buenas noticias. En la empresa están felices conmigo, me ascendieron, me subieron el sueldo y parece que me harán los papeles de trabajo.
- Hijo!! ¡Que bien! ¿cómo es que se llama la empresa? Tu abuela me preguntó y a mi se me olvidó.
- Pues pásamela, yo mismo le cuento y la felicito de una vez.

- Tita! ¿estas borracha? Tú no cambias ¡Cuídate por favor!
- ¿Y por que no te cuidas tú que estas más joven?
- Bueno además de felicitarte te llamo por lo siguiente, escúchame bien que no tengo mucho tiempo, quiero que abras una cuenta en el banco y no se lo digas a nadie. Yo mensualmente te depositaré dinero. Será un ahorro, pero no quiero que ni la revises, ni la toques para nada, ni siquiera que abras los sobres de los extractos, si puedes rómpelos; si mi mamá sabe que hay plata se la gasta y peleo con ella: quiero que sea un ahorro para su vejez.
- Mijito que tu tío Jorge te manda saludos.
- ¿Tita me escuchaste?
- Que Josefina y Mireya también te mandan un beso.
- ¿Qué si me escuchaste?
- ¿Qué si extrañas el mote de queso? te pregunta Mario…
- No me estas parando bolas, cierto?
- Llámame el martes y te doy el número de la cuenta.
- Sabía que contaba contigo, saludos a todos. Y deja de tomar.
- No me jodas, es el día de la madre!
- Un beso



- Hola, no tengo tu celular ni tu teléfono, pero si tu dirección. No dejo de pensarte, llámame o te traigo tres notas diarias como esta, hasta que tu buzón explote o tu marinovio se de cuenta. Estoy seguro que no has perdido mi número. Un beso.
- ¿Y te llamó?
- Claro.
- ¿Y?
- Me dijo que era un estúpido, que fuera a amenazar a mi puta madre, que dejara los chantajes, que así no se conquistaba una mujer.
- Nos conquistan con billete, amigo, esa es la triste realidad.



Se fue laura. El gordo tenía la barba en forma de candado, la cabeza un poco calva y la voz aguda. Me pidió un bono de cinco euros y se fue en busca de sus novios, no sabía cuantos tenía pero eran muchos, los contactaba, les decía cosas sucias, se divertía viendo fotos de sus vergas erectas; luego les colgaba y se ponía a ver las aventuras de la pequeña Lulú y de Heidi en Youtube.

Naomy tenía los ojos indios, como le gustan a Alfredo Gutiérrez y a mí, yo quería que me rescatara de ese circo. Ella se escondía tras la pantalla de mi computador, se agachaba, volvía a aparecer, movía sus trenzas con picardía. Alcancé a preguntarle su nombre y su edad, me dijo –“Noamy”- y me mostró 4 dedos, antes que su mamá se la llevara tomada por el brazo.

Laura volvió. Sandra llevaba tres horas y medio jugando solitario. El catalán de su lado jugaba parqués, respondía un mail, veía un video de Madona y se reía de algo que leía. Se fue Laura. La señora peruana rondaba los setenta, dieciséis años antes, había llegado a España y desde entonces vendía apartamentos, no había comprado el suyo y tampoco le interesaba... –“son muy caros”- me dijo aquella tarde.

Laura llega, otra vez se conecta y por fin se encuentra con Machupichu. Nadie conoce su verdadero nombre, pero da igual. Me pregunta si esta noche si la puedo dejar sola para su cita privada, le pregunto si con el peruano y o con el ecuatoriano. Me mira, se ríe y me responde:

- No se, según tú, ¿dónde queda Machupichu?
- En Perú, pero y ¿qué pasó con el de Ecuador?
- Ah, ¿el difunto? ni puta idea, debe estar borracho en el infierno.

La de la cabina 3 gritaba histérica que la llamada no le salía, yo le cambié de operador, la pasé para otra cabina, ella seguía histérica y solo se me ocurrió decirle que esperara unos minutos.
Yo continuaba en MSN, seguía en Youtube, seguía enviando mails a firmas de arquitectos y a constructoras, ofreciéndome como practicante, seguía buscando becas, convocatorias, tratando de entender el tiempo.com, pero cada vez lo lograba menos. Los políticos de la coalición de gobierno seguían entrando a la cárcel, el Jefe de Estado prometía no buscar una segunda reelección y Laura se fue emputada, sin decir adiós.



El Sheraton Porto Hotel & Spa me abrió las puertas como yo me lo merecía. Pedí una habitación sencilla y me obligaron a pagar de inmediato 126 euros. Luego pedí dos botellas de vino de 60 euros cada una, guardé la primera y me tomé la segunda. Entré a la bañera con agua tibia y recordé la tina de la mansión del papá de Alberto Mario, en Islas del Rosario. También recordé su cara llorando, justo un mes después, cuando se llevaron al viejo extraditado. Salí de la bañera dando tumbos con la botella vacía y me acosté desnudo y mojado en la cama. Me sentí indefenso y vi las caras de los muertos cuando estaban vivos.



Pedro Pablo Rodriguez Ardila resultó mucho mas talentoso que su padre, en los 3 años siguientes a su llegada, atracó mas de 100 apartamentos en la comunidad de Madrid. Las autoridades, llevaban 2 años siguiéndole la pista, no solo por hurto, si no también por asesinato. Más de cinco ancianos resultaron muertos durante los hechos. Las empresas de alarmas y seguros duplicaron sus ventas en la región y el hijo de Pedro Pablo Rodriguez y Carmen Flor Ardila, fue rebautizado como el colombiano.
Un día cualquiera, no hubo más atracos y no se volvió a saber de él, todos se preguntaban qué habría pasado y los medios de comunicación intentaban seguirle la pista, pero el Príncipe de Asturias anunció que se casaría con la periodista, y se jodió la vaina. Pedro Pablo había aprendido desde muy jóven, que cada cierto tiempo, era necesario desaperecer y dejar las historias… llenas de vacíos.



Me pidió que le abriera su correo, que ella no entendía mucho de eso, me mostró su mail y su contraseña, le expliqué que no tenía nada, se puso nerviosa y entró a la cabina siete.

- Sor Amalia? Sor Amalia?... Si si, soy yo desde España... páseme al padre Augusto por favor... – dijo la boliviana.
- Padre Augusto? Ay padre menos mal lo encuentro Padre, si yo se que allá es muy temprano pero yo lo llamo para confesarme.

Llegó Laura otra vez y tras de ella una rumana con sus curvas perfectas y su coquetería intacta. Yo me la quise tragar en un suspiro, fui evidente y ella lo notó, se sonrojó, sonrió y luego me dijo:

- Me voy para Colombia a operarme, me voy a poner tetas y a hacer liposucción, allá cuesta mil euros y acá seis mil. Voy en Febrero, con dos amigas!
- Vamos para carnavales – le digo.

Me imaginé en Ciudad de Fiesta con ese mujerón y sus amigas, todos llenos de maicena y con la botella de aguardiente en la mano... me imaginé al Negro Arroyo enfrente y yo, encartado con esas rumanas, sin la más puta idea de quien es ese man.

A aguardiente olían los dos que llegaron casi diez horas después, entraron a la cabina uno e hicieron dos llamadas a Colombia. Uno se fue y el otro, un man alto y de ojos verdes se quedó, me pagó la cuenta y se sentó en la silla junto al mostrador. Con acento paisa y un tufo apocalíptico me habló bajito:

- Hijo, usted es de Colombia, ¿cierto?
- Sí, de Ciudad de Fiesta.
- ¿o sea de Cali?
- No, no, mas arribita. Dígame: ¿qué necesita?
- Hacer un giro, pero es que hay una cosa: necesito que me ayude, yo sé que el límite es de 3000 euros y ya yo estoy en 2700, entonces la vuelta es la siguiente. – Miró a los lados, todos estaban concentrados en sus discusiones familiares o sexo-afectivas, ya sea en los computadores o las cabinas. Bajó aún más la voz y se acercó más, el mal aliento era penetrante.

- Yo tengo otro amiguito que me hacía favores por allá en otro locutorio, pero el man se fue….

No dijo para dónde se fue y yo preferí no preguntar. Después me enteré que se había ido, al nuncajamás.

- La idea es que usted coja a clientes de la base de datos, clientes que no hagan muchos giros y mandemos la platica por ahí. Yo le pago usted 60 euroitos por cada envío.

Guardé silencio, la cosa era clara.

- Y para hacer cuantos envíos, o que?
- 3 o 4 semanales. Esto es para trabajar, trabajar y trabajar como el presidente, ¿si me entiende?

Aguanté la risa, saqué las cuentas y las cejas se me levantaron solas. –“Si algún día escriben algo sobre mí, espero que no sea porque me metí con drogas, todas las putas películas e historias sobre colombianos tienen que ver con eso”- le dije una vez a la mujer que me enseñó todo lo bueno y lo malo, lo fugaz y lo eterno, lo indefinido y lo concreto.



Pedro Pablo también salió huyendo de la guerra bipartidista, se casó por la iglesia de la que tanto renegaba con Carmen Flor, hija de un poderoso político liberal cartagenero. A ella la conoció en su propia casa, en el barrio El Prado de Ciudad de Fiesta, donde se celebró una reunion del partido y fueron invitados algunos de los jóvenes mas activos.

Pedro Pablo mandó a hacerse ropa, cambió el acento y montó toda la parafernalia necesaria para hacere pasar ante el padre de Carmen Flor, como un importante ganadero y comerciante de Montería. Sabía perfectamente que esta era una ciudad estratégica para el político.

Una vez casados, Pedro Pablo y Carmen Flor tuvieron ocho hijos, cuatro mujeres y cuatro hombres. Al primero de ellos le puso su mismo nombre y a los otros tres les dejó el Pablo en algun lado. Pedro Pablo, Jose Pablo, Juan Pablo y Pablo Andres, fueron a la Escuela Normal para Varones y por poco la desbarantan.



Desde aquel ático se veía la cúpula de la catedral como una postal, decorada por tejados oxidados, antenas de antiguas televisiones y trapos de todos los colores, desgastados por el paso del polvo, la lluvia, el sol y los siglos.

- Yo lo que opino es: hazlo unos seis meses, cuando ya entiendas como funciona das un golpe grande y te pierdes, pero piérdete de verdad. Que durante un tiempo absolutamente nadie sepa nada de ti, luego haz lo que te de la gana.
- Ajá, como hizo el colombiano que asaltaba los apartamentos de viejitos. ¿Yo te conté esa historia?
- No.
- Pues será otro día, ya va a salir el sol, o sea que ya puedo pillar el metro.
- Ok, me fumaré el último porro porque ya… esto se acabó.

A mi me pareció mentira haber oído esa última frase, sobretodo al día siguiente, cuando una amiga del master me llamó llorando a decirme que Julia había muerto. Que se había caído o se había tirado desde el quinto piso a las siete de la mañana, sobre la diminuta calle llena de gente; que encontraron mucha droga y licor en su organismo. No lo podía creer, pensé en los rastros de mi semen en su cuerpo y dije la verdad, que había estado con ella hasta las cinco y media.



Mis primos estaban en la misma piscina donde una tarde yo hice el amor con mi novia, mi madre leía un libro de superación personal acostada en una hamaca, mi tía Josefina servía el sancocho ayudada por Mireya. Los hombres de la casa hablaban de fútbol, porque la última vez que hablaron de política casi hay un muerto.

- ¡El día que me muera quiero que me entierren con esta canción! – dijo Tita. Luego se acercó al equipo, le subió el volumen y gritó aún más fuerte: - ¿Me oyeron bien? -

Mi mamá salió de su lectura, se levantó de la hamaca, le quitó la botella de ron de la mano y se volvió acostar.

- Eso, eso, esoo! ¡Muy bien! Como si la pobre botella tuviera la culpa… ¡Me voy a morir! Tarde que temprano me voy a morir, todos nos vamos a morir. Yo lo único que quiero es que me entierren con los Gaiteros de San Jacinto cantando Candelaria, a ver si al cura le da un paro cardiaco… y se va conmigo.



En la pared blanca del fondo, colgaba un reloj grande que marcaba las cuatro. Me froté los ojos y me descubrí empelota, las sábanas aún estaban húmedas, me cambié y fui a vomitar el puto vino de Porto.

En el espejo del ascensor empezaron a salir de nuevo las caras de los muertos así que preferí cerrar los ojos: me esperaban 555 kilómetros para llegar a mi destino.



La cuenta de mi abuela en tres meses subió hasta el tope permitido. Luego hablé con dos amigos de toda la vida, - porque en Ciudad de Fiesta a pesar de todo, uno tiene amigos para toda la vida – y tambien empecé a guardar dinero en ellas, poco tiempo despues, me compre un carro de la misma marca del que nos robaron una vez.

Seguí viviendo durante esos tres meses con mi sueldo mediocre como administrador del café Internet y aguantando insultos de un jefe ignorante y ordinario, todo el dinero que pude, lo guardé. Aparte del carro, mi estilo de vida no se modificó en lo absoluto y no le dije a nadie en qué andaba. Un día, un amigo de un amigo me dijo que un amigo suyo de Ciudad de Fiesta, también trabajaba en un locutorio y a mi se me prendió el bombillo.



Pedro Pablo hijo, fue el único que siguió los pasos de su padre. Desde los 14 años lo acompaño a todas las las actividades político-guerrilleras y despues de un viaje a la Guajira, el 8 de Marzo de 1976, justo el día que cumpllía 25, no se supo mas de ellos.

Carmen Flor siempre fue, ademas de supremamente hermosa, una mujer valiente, su padre y su marido le dejaron cierta cantidad de dinero pero con siete bocas que alimentar no había plata que alcanzara.

Una tarde fresca, mientras lavaba los calzones de sus hijos tuvo una brillante idea. Por esos años, al puerto de Ciudad de Fiesta llegaban buques y barcos de todo el mundo y su belleza fue el arma perfecta para hacer sonreir a los capitanes que firmaban los contratos. Invirtió todo lo que tenía y montó La Lavandería Automática en plena Calle Olaya Herrera, debajo de la Murillo. Recogiendo, lavando, secando y llevando sábanas, fundas, sobrecamas, manteles y los uniformes de la tripulación, le dio comida y educación a todos sus hijos, excepto a Jose Pablo, quien prefirió dedicar todo su tiempo a ayudarla llevando los pedidos y administrando junto a ella la empresa.

Aunque no terminó el bachillerato, Jose Pablo era un tipo brillante para los numeros y La Lavandería Automáitca fue un negocio rentable durante muchos años, hasta que Cesar Gaviria, un viejo conocido de su hermano desaparecido, dijo: “Bienvenidos al futuro” y Colombia se jodió del todo.

Aburrido de los constantes apagones electricos Jose Pablo pensó en hacer un viaje al interior de si mismo. Dos días despues, cada pie le colgaba a un lado de la hamaca, la espalda le sudaba a cántaros a pesar de la brisa fresca que le golpeaba la cara cuando depronto, un mango podrido le cayó en la pierna y lo despertó. Redescubrió el placer de dormir en hamaca y entendío que la apertura ecónimca no jodería una emrpesa basada en un producto que los gringos no tenían la menor idea de cómo hacer.



El día que lo conocí, Darío Rodriguez me contó que estaba hacía 10 meses en Barcelona, que había venido como turista, pagándole casi 4000 euros a una agencia de viajes y se había quedado con la idea de vender unas hamacas que su padre, fabricaba hacía unos 15 años junto con los artesanos de Zambrano, el pueblo de su abuelo, pero que la cosa no había sido nada fácil y había decidido mientras tanto administrar aquel locutorio para sobrevivir.

Que con 23 años cada uno, tuviesemos historias tan parecidas, era motivo suficiente para meternos una pea esa misma noche. En una mesa exterior del bar MamáInes, en el Paseo del Borne, le saqué unas cuentas alegres y logré enbarcarlo en el nogocio por la mitad de lo que me pagaban a mi. Mejor dicho, lo subcontraté.

En las calles de la Barcelona había mucho dinero que repatriar por esos días, mas de una tonelada de la mejor cocaína del mundo deambulaba por ahí, pura y mezclada con cuanta porquería se le pueda a uno ocurrir.
Al poco tiempo mi cuenta subió estrepitozamente, así que busqué dos peruanos, un ecuatoriano, dos pakistaníes y tres marroquíes. Con todos hice el mismo trato que con Darío.


Un día cualquiera, con un par de aguardientes, el man de los ojos verdes me dijo que todos trabajábamos para Pedro Pablo Rodriguez, un tipo con conexiones en la armada y en el Honorable Congreso de la República, y que el día que hubiese alguna cagada, lo íbamos a conocer.



El Río Tajo estaba en su encuentro cotidiano con el Océano Atlántico y yo seguramente era el único anormal que estaba pensando en Bocas de Ceniza. Pensé lo mismo de siempre: -“a Ciudad de Fiesta no la salvarán los arquitectos, ni los periodistas, ni los traquetos, ni los paracos… quizá… los siglos.”-

El mirador era perfecto. Junto a las escalinatas, tres tipos y dos mujeres hacían malabares, un poco mas allá una mujer gorda le daba cerveza a su perro y tras de ella, un grupo de africanos le pegaban con rabia, golpes a tambores de distintos tamaños. La plaza se veía más pequeña de lo que era, debido a la cantidad de gente que tomaba el sol y a la imponencia de la vista desde ahí. Me senté en el pasto junto al obelisco, adornado por las flores primaverales. Empecé a registrar a cada una de las personas como si hubiese olvidado las caras de los humanos.

De pronto, mi mirada se detuvo en una mulata de pelo negro como el petróleo y recorrí con mis ojos sus largas piernas que salían de unos jeans rotos justo al borde de sus firmes nalgas. Sin embargo, mas que su belleza había un detalle entre sus manos, que llamó mi atención. Volví a leer, Crónica de una muerte anunciada, sí, reconfirmé que el título estaba en español, pensé que era un mensaje divino o como dirían en Colombia: macondiano. Allá todo es macondiano aunque nadie sepa exactamente que significa eso. Lo que estaba claro era que necesitaba hablar con alguien, hablar de cualquier cosa, pero en español, hacía un mes que había empezado a hablar solo, intentando no enloquecerme en el silencio del apapartamento.



- ¿Ma? ¿Por qué lloras? Joder! Cálmate! Deja de llorar que me asustas, ¿qué pasó?
- Se nos fue.
- Qué?
- Se fue Tita, dormidita. Se metió una borrachera anoche y esta mañana no se despertó. No alcanzó ni al guayabo. – decía con la voz entre cortada.

No sabía que decir, intenté calmarla un poco y colgamos, las lágrimas rodaron sinceras por mis cachetes. Al día siguiente, ella misma buscó el CD de los Gaiteros de San Jacinto y en su interiror encontró un diminuto sobre con su nombre marcado y dentro de este: un número, un nombre de banco y una clave.

“Candelaria, Tita Navarro, 1929 - 2007, una mujer inteligente y sencilla, que vivió decidida, a ser feliz” – escribieron en su lápida, pero nadie fue capaz de poner la canción.



La muerte de mi abuela me recordó a la del viejo Arias y me puso a pensar en todo un poco. De pronto, como una señal, recordé el consejo de Julia antes de despedirnos para siempre: -“hay que tener claro, el momento de salida”-.

Llamé a una tía, a dos primos y a otros amigos que vivían en distintas ciudades colombianas, les dí sus datos a Darío y mis otros subcontratados, por supuesto ocultándoles a estos, que eran contactos personales.

Recogí mis cosas y las metí en el carro. Llené de excusas al man de los ojos verdes y aguanté durante tres días la mayor cantidad de dinero posible. El viernes recorrí cada uno de los Café Internet y repartí casi 40 mil euros para ser girados. Desde casa, le envié un correo electrónico a mi madre diciéndole que estaba bien y que me iría de paseo. Entré a la web de los giros y me envié 2800 euros más desde tres cuentas de tres clientes. La empresa de giros le cobraría 24 horas después a mi jefe explotador, quien legalmente no me podría hacer nada, pues en ninguna parte consta que él y yo nos conocíamos. Con simples papeles de estudiante, es ilegal trabajar. De todos modos, horas después empecé a atravesar España.

Me escondí durante mas de una semana en las afueras de Santiago de Compostela, en un motel barato. Al décimo día de haber llegado, empezó la tortura, todos los periódicos de aquel martes contaban la misma noticia: “Asesinados en Barcelona, un colombiano, dos pakistaníes y tres marroquíes, todos trabajaban en locutorios”



Al llegar a Lisboa, no quería volver a tomarme una copa de vino en mi vida. Habían pasado casi 6 horas y la cabeza aún me daba vueltas. Me quedé en una habitación de un viejo hostal en el Barrio Alto, y al día siguiente alquilé un apartamento diminuto, en un quinto piso, con un balcón de frente al río.

- Mientras vea agua, aguantaré el tiempo, y si un día me encuentran, me tiro y me mato, eso haría Julia - pensé aún temblando del susto.

Cuando me tranquilicé llamé a Colombia a cuadrar cosas del dinero de las cuentas de mis amigos y familiares. Mi mamá no me volvió a hablar pero sacó la plata de mi abuela y la guardó en su cuenta. Durante el primer mes solo salí los lunes en la tarde una hora para hacer mercado. Cuando volví a prender el celular tenía 72 llamadas perdidas, no contesté ninguna. Al revisar la memoria para borrarla, descubrí la dirección de la mujer de los labios divinos. Me sentí solo y me invadió el llanto. Lloré como un niño chiquito, luego entré a Internet, compre un tiquete de ida y vuelta de Barcelona a Lisboa, lo imprimí, lo metí en un sobre junto con 500 euros en efectivo y una nota que decía:

- Sigues sin conocer Lisboa? La fecha es para el próximo fin de semana, te estaré esperando. Muero por bailar una salsa, y hacerte el amor.–

Puse la dirección y lo firmé: -“El Negro Arroyo”-

Pasaron los días, las tardes, las noches, las semanas, los meses y ella nunca llegó. Pasó el otoño, pasó el invierno y llegó la primavera. Me dediqué a comer, dormir, cagar y hacerme la paja. Seguía saliendo solo los lunes a comprar comida y a mandar mails. No solo tenía miedo, también depresión.



- No me digas que eres colombiana.
- Para nada, estoy aprendiendo español, soy brasileña.

Aprender español con García Márquez me pareció un poco violento, recordé los exámenes en el colegio con extraños árboles genealógicos pero no dije nada. Le ofrecí una cerveza que aceptó sin problemas.

Sus tetas eran pequeñas y firmes. Sus pezones negros, contrastando con el techo de mi habitación agrietado por la humedad, me tenían hechizado. Sobre mi cuerpo, sobre mi colchón tirado en el suelo, todo se veía mejor, sus piernas no tenían fin, su bello púbico estaba bien pulido en una línea gruesa vertical, acompañado por el tatuaje de una libélula aún más oscura que su piel. La cadera la movía como un animal y sus gemidos en portugués me tenían loco de placer. Sentí que gozó tanto como yo, y nos dormimos abrazados.

Depronto, empezó la pelicula de terror. Comencé a escuchar sirenas como si vinieran de un televisor prendido en la habitación de al lado, pero mi pequeño apartaestudio no tenía mas habitaciones ni mas televisores. Abrí el ojo y la espalda desnuda de la mulata en contraluz, me llenó de orgullo y de una ilusión momentánea. Las sirenas volvieron a sonar más duro y más cerca del edificio. El ruido no paraba. Empecé a levantarme de la cama y le planté un beso en el cuello mientras ella seguía con la mirada perdida en el río imponente desde la ventana.
De pronto las sirenas se callaron y sonó el timbre; nunca lo había escuchado sonar en mi apartamento, pero todo el mundo reconoce cuando suena un timbre, sentí que un corrientazo helado me sacudió el cuerpo. Pasaron unos segundos y sonó por segunda vez, mucho más fuerte. Me levanté de un tirón y volví a caer sobre la cama, hundí la cabeza boca abajo en la almohada, uní los tres clavos que habían que unir y dije en voz baja: -“ahora sí, me jodí”-

- Abre tú por favor, te lo pido.
- A quién esperas?
- A nadie.

Se puso mi camisa que apenas le tapaba las nalgas, dejando ver la inmensidad de sus pierdas. Tomó las sandalias y salió de la habitación. Al cerrar los ojos vi a los policías entrando armados y registrando todo. Preguntando por mí, encontrándome en esa cama, desnudo, desprotegido, doblado como un feto, llorando como un bebé, barbudo como una bestia salvaje. Ahí, en mi madriguera, como el peor de los asesinos, un asesino por desidia y omisión… ahí estaba yo, derrotado, sin más que unas cuantas colillas de cigarrillo ajeno y un par condones usados.

Seguía sin abrirlos cuando su mano cariñosa me tomo el pelo y me dijo con acento carioca:

- Yo insisto en que las portuguesas están locas y en que: en este lado del mundo, la gente no es feliz.
- ¿Qué pasó?
- No se.
- ¿Cómo así?
- Abrí y había una chica que se me quedó mirando sin decir una palabra. Le hablé en portugués, en ingles y en español y no dijo nada. Me miró las piernas, la camisa, la cara, el reloj, la manillita esta que me regalaste… y se fue.
- ¿Para dónde se fue? ¿cómo era?
- ¿Sabes qué? Si es muda es muy triste, tenía unos labios muy lindos.

Salí corriendo al balcón, y desde ahí vi sus perfectos rizos voluminosos doblando la esquina. En la puerta del edificio había dos carros de la policía y tres hombres y dos mujeres, entrando en ellos con las manos esposadas.
Entré a la ducha sin decir una palabra y lloré durante media hora, recordé esa agua fresca con la que bañé mi adolescencia, aquel sol solo posible en el caribe colombiano, aquella silueta, insuficiente para algunos pero perfecta para mí. De pronto, vi sonrientes las caras del viejo Anibal Arias con su cancer ireparable, de mi abuela borracha cantando: -“se fue y me dejó llorando, ay adiós Candelaria mía”-, de Julia trabada, tirándose en clavado desde el ático del edificio número 5 de la Calle Sant Jacint. Y recordé entonces, las caras sonrientes de los demás colegas muertos, pero especialmente pensé en Darío, porque él podría haber sido yo, y yo él. Me imaginé su computador con una historia escrita muy parecida a esta, imaginé a su padre, en su fabrica de hamacas, leyendo la noticia de su asesinato por internet. Sentí impotencia, sentí culpa, sentí rabia, sentí que todos eran mis muertos pero la culpé a ella. Me imaginé aquella tarde en esa cama, y me pregunté qué habría pasado, qué historia habría contado, si cuando ella hubiese abierto sus ojos yo ya tuviera abiertos los míos, llorosos, para decirle suavemente, con cariño, con cuidado y con valor: “lo siento mi amor, pero esto… hace rato se acabó”-